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La palabra con la que designa el espíritu en la Biblia griega de los LXX es "pneuma", que traduce la hebrea "rüah" (aliento, soplo, espiración).
En los libros del Antiguo Testamento se refiere por lo general al ser espiritual divino, es decir a un poder impersonal, supremo y misterioso del mismo Dios. Con todo, en ocasiones se intuye cierta referencia personalista en el uso que se hace de ella, la cual será común en todo el Antiguo Testamento.
En los escritos del Nuevo Testamento la personalización e individualización del Espíritu se halla en múltiples pasajes.
En ellos el Espíritu Santo es intuido como Persona divina distinta del Padre y del Hijo. Esta revelación llega a ser plena en el Nuevo Testamento, cuando es el mismo Jesús el que la comunica a sus seguidores. Es la base de la doctrina Cristiana sobre el Espíritu Santo.
1. El Espíritu en Jesús
El Espíritu Santo es el gran regalo de Jesús; es el Enviado por el Padre al mundo y es el Enviado por Jesús para culminar su obra de salvación. Es el alma de la Iglesia y la vida de todos sus miembros.
1.1. En la Trinidad de Personas
Los cristianos estamos acostumbrados a pensar y a hablar del Espíritu Santo en el contexto de las Personas de la Santísima Trinidad. Casi podríamos decir que no personalizamos a este Santo Espíritu, sino que le aludimos sólo cuando nos referimos a la Trinidad Santa de Dios. Por eso apenas si entendemos su Persona, su misterio y su acción en los hombres.
- Invocamos muchas veces el nombre de la Santísima Trinidad. Oímos decir que en Dios hay tres Personas; que no son tres dioses, sino un solo y único Dios verdadero. Y decimos que el Espíritu Santo es la tercera Persona y se define como Amor Infinito.
- Con frecuencia hacemos signos y recitamos plegarias e invocaciones a la Santísima Trinidad y, por lo tanto, al Espíritu Santo, glorificando su nombre y reconociendo su acción en las almas.
- Nos trazamos sobre el cuerpo la señal de la cruz, diciendo: "en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo" y consideramos que con ello atraemos la bendición del cielo.
- Nos bendicen con buenos deseos y sobre todo con resonancias trinitarias; y, en las bendiciones solemnes, se invoca al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo.
- Recitamos la plegaria tradicional de "Gloria al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo", y elevamos con ella nuestro homenaje a las Tres Personas sagradas.
- Es costumbre en la Iglesia de terminar todas las oraciones "en honor del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo" y ellas nos mantiene vivo el recuerdo de Dios.
1.2. Misterio cristiano
Sin embargo, también el Espíritu es una Persona, como lo es el Hijo, y en la catequesis y educación de la fe hay que enseñar a identificarle como presente, actuante y santificador.
La invocación al Espíritu Santo es un sello de los cristianos, que tiene su confianza en el Padre a través del Hijo y por medio del Espíritu. Ellos ponen su pensamiento en el Espíritu enviado por el Padre y por el Hijo como signo y garantía de que serán escuchados. Un cristiano que no descubre la presencia del Espíritu en su vida carece de algo esencial.
Es el gran don del corazón creyente. S. Pablo decía a los romanos: "No habéis recibido un Espíritu de esclavos, o que os lleve a un régimen de miedo. Habéis recibido un Espíritu que nos transforma en hijos y nos permite decir "Abba", es decir "Padre". Es el mismo Espíritu el que se une a nuestro espíritu y nos asegura que somos Hijos de Dios." (Rom. 8.15-17)
2. Identidad del Espíritu Santo
El catequista precisa ideas claras sobre el Espíritu Santo, como condición de poder dar una buena catequesis sobre su acción santificadora de Dios en las almas.
2.1. Espíritu divino
El Espíritu Santo es Dios. Se le aplican indistintamente los nombres de Espíritu y de Dios. Por ejemplo, en el caso del engaño de Ananías: “¿Por qué engañas al Espíritu Santo... No has mentido a los hombres sino a Dios" (Hech. 5. 3). En otros lugares se refleja claramente esta realidad: 1 Cor. 3. 16; 6. 19.
Como Dios es infinitamente sabio y fuente de vida. Al Espíritu Santo se le atribuye la plenitud del saber: es maestro de toda verdad, predice el porvenir (Jn. 16. 13), penetra y conoce los profundos misterios de la divinidad (1 Cor. 2. 10) y es quien inspiró a los profetas en el Antiguo Testamento. (2 Petr. 1. 21 y Hech. 1.16)
Y, como Dios, merece la adoración en el contexto de la Trinidad, pero también considerado como "realidad divina singular". Y esa realidad, misteriosa y persona, oye, conoce, ama, actúa, al igual que el Verbo, que Jesús encarnado.
2.2. Es la Tercera Persona
El Espíritu Santo es Persona; por lo tanto es diferente del Padre y del Hijo, aunque sea el mismo Dios. Así se le presenta cuando Jesús manda a sus Apóstoles a "bautizar en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo". (Mt. 28.19)
También se multiplican las alusiones bíblicas a su original identidad. Es el Paráclito (= consolador, abogado). Y este término no puede referirse sino a una persona que actúa en las almas y en la Iglesia (Jn. 14. 16 y 26; 15. 26; 16. 7).
Con frecuencia el mismo Jesús alude a El con funciones concretas. Se le llama "abogado o intercesor" ante el Padre y se dice de El que es "maestro de la verdad" (Jn. 14, 26; y 16. 13), que da testimonio de Cristo (Jn. 15. 26), que conoce los misterios de Dios (1 Cor. 2. 10), que predice lo futuro. (Jn. 16. 13; Hech. 21. 11)
El Espíritu Santo es original, activo y transformador del mundo. Interesa en la catequesis resaltar su protagonismo santificador, en unión al Padre y al Hijo. Por ejemplo, Jesús le llama “transformador del mundo". (Jn. 14. 26)
2.3. Y Persona actuante
La acción divina del Espíritu Santo se muestra, ante todo, en su labor transformadora y en su referencia a Jesús. Su acción comienza en al acto creador trinitario, pero se perfila como singular en el prodigio de la encarnación del Hijo de Dios (Lc. 1. 35; Mt. 1. 20): "El Espíritu Santo te cubrirá con su sombra...".
Y su acción divina culmina en la impresionante llegada el día de Pentecostés (Lc. 24. 49; Hech. 2. 2-4), cuando se hace presente en los seguidores de Jesús y los confirma en la plenitud de su gracia y de su fortaleza.
Los Apóstoles repiten sin cesar que es el "dador de toda gracia": de los dones de Dios (1 Cor. 1.2) y de la justificación en el Bautismo (Jn. 3. 5) del perdón del pecado (Jn. 20. 22; Rom. 5. 5; Gal. 4. 6; 5. 22)
3. Procedencia del Espíritu Santo
En la catequesis hay que insistir en su identidad divina: es Dios infinito, eterno e inmutable. Se insiste en la Escritura y en la Tradición que procede del Padre y del Hijo por vía de espiración.
El término de espiración, espíritu, soplo, es una forma de hablar humana para tratar de reflejar un misterio divino.
La doctrina de la Iglesia no hace otra cosa que recoger la Palabra de Dios, transmitirla y tratar de explicarla. Considera como misterio de fe el que el Espíritu Santo procede del Padre y del Hijo.
Y explica esa procedencia con el lenguaje figurativo del soplo mutuo entre el Padre y el Hijo, como de un solo principio por medio de una única espiración.
La Iglesia ortodoxa griega enseña desde el siglo IX que el Espíritu Santo procede únicamente del Padre, recogiendo enseñanzas y tradiciones anteriores. La doctrina de la única procedencia del Padre se hizo oficial entre los ortodoxos en su Sínodo de Constantinopla, presidido por Focio en el año 879. Allí se rechazó como herético la expresión "Filioque" (y del Hijo), que añadían los latinos en el Credo.
Contra esa doctrina, el II Concilio universal de Lyon (1274) proclamó la fórmula de la doble procedencia: "Se debe profesar que el Espíritu Santo eternamente procede del padre y del Hijo y se debe defender que procede de un sólo principio y no de dos, como si de una espiración se tratara y no de dos". (Denz. 460)
Aunque ni en el Concilio de Nicea ni en el de Constantinopla se hable de esta procedencia unitaria de las dos Personas, la doctrina se fue extendiendo en Occidente. Fue el Concilio III de Toledo de 589 el que primero reflejó esta creencia o doctrina en una formulación, luego universalizada en los demás Sínodos y Concilios.
El apoyo bíblico a esta doctrina es claro (Mt. 10. 20; Jn. 1. 5; 1 Cor. 2. 11; Gal 4. 6; Hech 16. 7). La cuestión es más especulativa que práctica, por lo cual no hay que resaltar tales diferencias en la catequesis. Pero conviene que el catequista sepa lo que la Iglesia católica enseña y el por qué en el Credo se proclama que procede del Padre y del Hijo. Y en la medida de lo posible la haga presente en su catequesis.
4. Juan, testigo del Espíritu
Gracias a la fe, creemos que el Espíritu reside en nosotros. Su presencia y su venida a nosotros es similar a la que un día contemplaron los que iban a recibir el Bautismo en el Jordán.
El bautista Juan recordaba con emoción el signo del que fue testigo: "He visto que el Espíritu bajaba del cielo como una paloma y reposaba sobre El. Ni yo mismo sabía quién era. Pero el que me envió a bautizar con agua me había dicho: Aquel sobre el que veas que baja el Espíritu y permanecer sobre El, ese es quien ha de bautizar con el Espíritu Santo.
Y puesto que lo he visto, testifico que ese es el Hijo de Dios" (Jn. 1.32-34)
Desde que Jesús recibiera el Espíritu, el modelo de toda nuestra vida es esa figura profética, que luego se proclama Hijo de Dios y se manifiesta por el Espíritu Divino.
Por eso, tenemos que acudir a lo que nos dice el Evangelio del Espíritu Santo sobre el Señor. Sólo así se puede entender algo del Misterioso Espíritu Santo y entender su acción en nosotros, condición de partida para celebrar su venida sobre la comunidad entera de los cristianos.
La Iglesia siempre ha tenido la conciencia de que el Espíritu Santo actúa en sus miembros y que es su fuerza viva en el mundo. Se ha puesto siempre en disposición de responder con fidelidad a los deseos del Espíritu y hacer así de camino para que todos los hombres lleguen a la salvación.
En la medida en que nos sentimos Iglesia, facilitamos esa labor del Espíritu en nosotros y en los demás. Es una labor real, aunque misteriosa, continua aunque inadvertida, eficaz aunque no pueda someterse a medidas terrenas.
5. Estuvo siempre con Jesús
La idea del Espíritu Santo es inseparable de la acción de Jesús en la tierra. Esa "concomitancia misteriosa e insistente" es uno de los elementos fundamentales de la buena catequesis sobre el Espíritu Santo, cuya figura y acción hay que entenderla unidas a las de Jesús.
5.1. Al inicio de su vida
El Espíritu Santo aparece en el Evangelio como protagonista de múltiples acontecimientos relacionados con la salvación.
+ Por su influjo, el ángel del Señor anunció a María Santísima el milagro singular de su maternidad virginal.
+ Por su acción, María llegó a ser madre sin dejar de ser virgen. (Lc. 1. 35)
+ El ángel, bajo la inspiración divina, pronunció alabanzas hermosas que tantas veces recordamos los cristianos cuando recitamos el "avemaría". (Lc. 1. 37).
+ Isabel se llenó del divino Espíritu al recibir la visita de María y se desahogó con alabanzas y con alegría, sintiendo la presencia del Señor. (Lc. 1. 41)
+ El Espíritu fue quien iluminó al anciano Simeón en el Templo y a la profétisa Ana, para que hablaran del Señor a todos los que acudían. (Lc. 2. 27)
5.2. Y en su ministerio profético
Cuando la vida de Jesús se hundió en la oscuridad de Nazareth, también el Espíritu siguió actuando en aquel hombre que se proclamaba Hijo de Dios. Y apenas le llegó la hora designada por el Padre para comenzar su obra de salvación, el Espíritu Santo comenzó a manifestarse.
+ Sobre Jesús se apareció en forma de paloma, cuando acudió al Jordán para ser bautizado por Juan y comenzar su ministerio público. (Jn. 1. 33)
+ Bajo su impulso, Jesús fue al desierto para ser tentado y para que se preparara a su misión. (Mt. 4. 1)
+ Por el Espíritu Santo, Jesús se llenaba de gozo en su tarea, viendo que la verdad de Dios llegaba a los sencillos. (Lc. 10. 21)
+ Declaraba muchas veces, como lo hizo al maestro de la Ley llamado Nicodemo, que era preciso volver a nacer de nuevo por la acción del Espíritu Santo. (Jn. 3. 5)
+ Recordó que quienes pecan contra el Espíritu Santo difícilmente podrían ser perdonados. (Mt. 12. 32)
Su último mensaje en la tierra fue el mandato a sus discípulos para que predicaran su Evangelio en el nombre de las tres Personas de la Santa Trinidad: "Id y anunciad la buena nueva a todos los habitantes de la tierra, bautizándoles en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo y enseñadles a cumplir lo que yo os he mandado." (Mat. 28. 19)
6. Venida del Espíritu Santo
La Iglesia celebra de forma singular el recuerdo de Pentecostés (a los 50 días), cuando el Espíritu descendió de una forma especialmente significativa
6.1. La promesa del Espíritu Santo
Jesús prometió con insistencia a sus Apóstoles que enviaría al Espíritu Santo para completar su obra. La promesa de Jesús ha sido siempre considerada como fundamental en los orígenes de la Iglesia.
El recuerdo de algunas palabras de Jesús ayuda a comprender el significado del Espíritu Santo. Jesús decía a los suyos: "Si me amáis de verdad, obedeceréis mis mandamiento y entonces rogaré al Padre que os envíe otro Abogado que os ayude y esté siempre con vosotros. El será el Espíritu de la Verdad. Los que son del mundo no pueden recibirlo, porque no pueden verlo ni conocerlo. En cambio vosotros le conoceréis, porque ya vive en vosotros, en vuestro interior" (Jn 14. 17).
Incluso Jesús llegaba decir a sus Apóstoles palabras comprometedoras como éstas: "Os conviene que yo me vaya de vuestro lado. Pues, si no me voy, el Abogado no vendrá a vosotros. Pero, si me voy, os lo enviaré. Y cuando El venga, os mostrará todas las cosas. Y os enseñará dónde está el mal y dónde está el camino de la salvación... Entonces podréis comprender la verdad plena." (Jn.16.10-12)
Podemos decir de alguna manera que, sin Espíritu Santo, no habría Iglesia. Y que, sin entender la acción de la Tercera Persona de la Santa Trinidad, no comprenderemos la realidad profunda de la Iglesia.
Jesús prometió la presencia del Espíritu a sus seguidores en su labor predicadora. El Espíritu estaría con ellos. (Mc. 13. 11)
La figura del Espíritu Santo está en los labios de Jesús cuando envía a sus Apóstoles y discípulos a sembrar su mensaje por todo el mundo y a perdonar en su nombre a los pecadores. Les dijo entonces: "Sopló sobre ellos y les dijo: Recibid el Espíritu Santo; a quienes perdonéis los pecados les quedarán perdonados, y a quienes no se los perdonéis, les quedarán retenidos". (Jn. 20. 22)
6.2. La misión del Espíritu Santo
Lo más catequístico de la riquísima doctrina de la Iglesia sobre el Espíritu Santo es su actuación en la vida de los creyentes. El Espíritu Santo, el santificador, recibió también una misión del Padre y del Hijo para que consagrara y protegiera a los seguidores del Señor.
El Espíritu Santo no es enviado únicamente por el Padre (Jn. 14, 16 y 26), sino también por el Hijo: "El Abogado que yo os enviaré de parte del Padre" (Jn 15. 26). La misión del Espíritu Santo es continuación, en cierto sentido, de las misma misión de Jesús; por lo tanto completa, plenifica y proyecta a las almas lo que Jesús hizo (Jn. 16, 7; Lc 24. 49; Jn. 20. 22). Para eso el Espíritu Santo fue enviado por Jesús y por el Padre.
Cuando más tarde los discípulos de Jesús pusieron por escrito algunos hechos y palabras del Maestro, recordaron con especial cariño las acciones que podían atribuir al Espíritu Santo, del que tanto habían oído hablar.
6.3. La invocación al Espíritu
Es una necesidad continua de los cristianos. Las llamadas al Espíritu de Dios y de Jesús son continuas. Los sacramentos se administran en la Iglesia "en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo". Hemos asistido a Bautizos y Confirmaciones; hemos presenciado Matrimonios y Ordenaciones; nosotros mismos recibimos la absolución penitencial en el nombre de la Trinidad Santa. En todas las plegarias sacramentales se invoca la gracia de Dios en el nombre trinitario.
Sin caer muchas veces en la cuenta del sentido de lo que queremos decir o de lo que oímos, repetimos la invocación tanto que corremos el riesgo de no valorar el sentido que ella posee. Y en la catequesis hay que enseñar a sentir lo que se dice.
Nuestra costumbre viene de lo más profundo del mensaje evangélico. Jesús siempre habló de su Padre y todo lo hizo bajo el impulso del Espíritu Santo.
Y nosotros debemos mantener esa referencia esencial al Espíritu Santo, pues el Animador, el Consolador, el Abogado defensor prometido y es la fuente de la vida de la Iglesia.
El es el principal artífice de la obra de Jesús, que es la comunidad que formó para que la salvación llegara a todos los hombres.
El Espíritu Santo es Dios y como a tal le reclamamos en nuestra vida, ciertos de que su promesa es infalible. Lo es como el Padre y el Hijo son infalibles. Es la Tercera Persona de la Santísima Trinidad, en la cual creemos con fe práctica.
Se actualiza su presencia y su acción en la recepción de los sacramentos, por ejemplo cuando el cristiano recibe la confirmación y siente la plenitud de la fe en su corazón y en su alma.
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7. Dones del Espíritu Santo
Siguiendo la tradición profética e interpretando un texto de Isaías (Is. 11. 1-2), ha sido habitual en la Iglesia el resumir sus dones y regalos en siete, que están presentes en germen en quien recibe el Bautismo e inicia su vida cristiana:
- El don de SABIDURIA nos impulsa a saborear y profundizar las cosas que son del Reino de Dios poniéndolas en nuestra vida las primeras de todo.
- El don de ENTENDIMIENTO nos prepara para ser capaces de descubrir y de conocer con profundidad todos los misterios de Dios, los cuales Jesús nos quiso comunicar para nuestro provecho.
- El don de CONSEJO, con el cual podemos ayudar a los demás, no facilita el discernimiento en las diversas elecciones que tenemos que hacer para seguir la inspiración de Dios.
- El don de CIENCIA nos permite seguir avanzando en el descubrimiento práctico de lo que más nos conviene para nuestra propia salvación.
- El don de FORTALEZA nos permite enfrentarnos valientemente con las dificultades y obstáculos que hallamos en nuestro camino, especialmente con las tentaciones y con los peligros que acechan a nuestra alma.
- El don de PIEDAD o de amor a nuestro Padre Dios nos impulsa a acudir a El con confianza y con la seguridad de que recibimos todas sus ayudas providenciales.
- El don de TEMOR DE DIOS es el que nos mueve a temer ofender a Dios y merecer su rechazo por nuestras infidelidades. Sobre todo nos hace temer el perder su amistad y caer en la tentación.
Con todo, los dones del Espíritu no se pueden simplificar tanto como para reducirlos a una relación matemática de siete. El mismo texto original hebreo del profeta Isaías habla de seis dones, aunque la versión de los LXX desdoble el término piedad en piedad y temor. Y la Escritura está llena de alusiones que sobrepasan los términos del texto de Isaías.
Es con todo una de las profecías más recordadas por los evangelistas y por la Iglesia: "Saldrá un vástago del tronco de Jesé y brotará un retoño de sus raíces. Y reposará sobre él el Espíritu del Señor. Será un Espíritu de sabiduría y de entendimiento, de consejo y de fortaleza, de ciencia y de piedad" (Is. 11.1-2)
Recogiendo esta manera de hablar, nosotros nos acordamos de los dones del Espíritu Santo como de regalos de amor.
La riqueza del Señor es inmensa y no tiene ni número ni medida. Cuando se apodera del alma la llena de bendiciones y de fuerza. Como dice San Pablo, produce en ella frutos excelentes: "El Espíritu da alegría, amor, paz, tolerancia, amabilidad, bondad, lealtad, humildad y dominio de sí. Ninguna ley existe en todas estas cosas para los que viven bajo el Espíritu y pertenecen a Cristo crucificado." (Gal 5. 22-23)
8. La Iglesia, fruto del Espíritu
La Iglesia siempre tuvo devoción especial y amor inmenso al Espíritu Santo. Ella sabe que nació como fruto directo de la acción animadora de la Tercera Persona de la Santísima Trinidad.
8.1. Presente en la Iglesia
El Espíritu Santo fue quien configuró y dio plenitud a la obra de Jesús en aquellos primeros seguidores suyos. Ellos apenas podían comprender lo que el Maestro estaba realizando en el mundo. Alguien tenía que darles luz y fuerza.
Es como si Jesús, en quien se hallaba "encarnada" la Segunda Persona, se hubiera encargado de juntar y de preparar a los Apóstoles y Discípulos y como si tuviera que venir la Tercera Persona, el Espíritu, a culminar la obra iniciada; como si Jesús hubiera formado el "cuerpo" de la Iglesia y el Espíritu la diera "el alma".
Es una comparación no del todo exacta, ya que el Espíritu Santo y Jesús eran inseparables y todo lo hacían a la vez. Pero vale para explicar cómo la Iglesia es obra singular del Espíritu Santo, lo cual nosotros no podemos entender del todo.
8.2. Administradora de dones
Varios aspectos importantes debemos aludir sobre la acción del Espíritu Santo en la Iglesia:
- La Iglesia es la heredera del Espíritu de Jesús, de sus ilusiones, de sus proyectos de salvación, de su amor a los hombres, de su intención de ayudar a todos.
- La Iglesia es la administradora de los dones que Jesús trajo. Ella distribuye como mediadora sus riquezas espirituales, sus gracias y regalos, sus beneficios.
- Es la encargada de recordar todas las manifestaciones que Dios tuvo a lo largo de la Historia de la salvación. Ella guarda y explica las Promesas de los Patriarcas, los Anuncios de los Profetas, los Beneficios recibidos del cielo.
Toda la esperanza del Antiguo Testamento está de alguna manera depositada y guardada en la Iglesia, nuevo Pueblo de Dios. Pero también es depósito de todas las enseñanzas de Jesús. Es el Cuerpo Místico de Cristo, en el cual se conserva todo el mensaje del Reino de Dios.
Para cumplir todas estas labores necesitaba un Espíritu de fortaleza y de sabiduría. Ese Espíritu Santo es el que ejerce en la Iglesia tan hermosa y elevada misión.
8.3. Conocer y amar al Espíritu
El mensaje de Jesús sobre el Espíritu Santo es claro y consolador. Habla con tanta frecuencia de El, que resulta familiar en el Evangelio. Muchas veces Jesús recuerda su labor y su misión en medio de los hombres.
Si queremos hacer un estudio interesante sobre lo que el Espíritu Santo representa en el pensamiento de Jesús y, por lo tanto, de toda la Iglesia, debemos revisar en un Nuevo Testamento textos como éstos:
- Es Espíritu que enseña. Lc 12. 12.
- Es Espíritu de Vida. Jn. 6. 64.
- Es Espíritu Consolador. Jn. 12. 26.
- Es Espíritu de Verdad. Jn. 16. 13.
- Es Espíritu de la Fortaleza. Hch. 8.2.
- Es Espíritu de Santidad. Rom. 1. 4.
Se le llama también Espíritu de amor, Espíritu paz, Espíritu de luz, Espíritu de fortaleza, sobre todo Espíritu de Dios, Espíritu de Jesús, Espíritu de los Profetas.
8.4. Catequesis eclesial del Espíritu.
La mejor forma de presentar al Espíritu Santo en la catequesis es reflejarle como Vida de la Iglesia, como la fuerza interior de los creyentes. Nuestras experiencias sobre el Espíritu Santo no pueden ser sensibles y exteriores. La idea de espíritu alude a Algo o a Alguien invisible, pero real. No puede ser percibido por nuestros sentidos y no puede ser entendido por nuestra mente limitada.
A veces podemos hablar de cosas espirituales que nos resultan familiares:
- Cuando nuestra mente capta una idea o ve la solución de un problema, algo sutil y espiritual luce en ella y la llena de luz.
- Cuando un recuerdo cruza nuestra memoria, sin cuerpo, sin forma, sin materia, algo insensible y espiritual late en ella.
- Cuando un sentimiento íntimo anida en nuestro corazón y sentimos la belleza de una obra de arte, la grandeza de un gesto noble o la sublimidad de una doctrina sutil.
- Cuando algo delicado, sublime, espiritual aletea en nuestro interior y sentimos la presencia inexplicable de algo noble que nos invade y nos inclina hacia el bien, la verdad o la belleza.
- Cuando la belleza de un paisaje no impresiona y descubrimos lo que hay más allá de lo material y sensible
Nada de esto es tan sutil como el Espíritu Santo, pero todo ello puede acercarnos a superar las figuras más sensibles con las que iconografía de los artistas ha intentado transmitir la imagen o la presencia del Espíritu: paloma, llamas de fuego, luz, viento, etc.
Si para los niños pequeños no es posible otra figura que la que afecta a los ojos o a los oídos, para los ya mayores la abstracción les permite acercarse más al misterio de los invisible y a la aceptación de los incomprensible.
No hay que ver la catequesis del Espíritu Santo como especialmente difícil de presentar. En ella todo depende de la preparación doctrinal, de la sinceridad en la intención y del verdadero amor que el catequista tenga en su tarea educadora, sobre todo tratándose de esta maravillosa e incomprensible realidad.
El Espíritu santo flota en el universo y hay que saber descubrirlo para adorarlo.
9. Del Espíritu nació la Iglesia
No podríamos nunca entender lo que es la maravillosa obra de la Iglesia, sin tener presente al Artífice divino de ella. Ciertamente que la Iglesia ha sido establecida por Jesús. Pero, es el mismo Jesús quien ha confiado al Espíritu de amor, al Consolador, al Abogado defensor, que se haga presente en la Iglesia para dar la vida sobrenatural de que es portadora.
Si no fuera por el Espíritu Santo, la Iglesia no dejaría de ser una sociedad religiosa hermosa, pero humana. Gracias a su presencia y a la influencia de sus dones, la Iglesia es muchos más: es una fuente de vida para todos los hombres, es una hoguera de amor para sus miembros, es un reflejo de la misma gracia divina presente en medio de los seguidores del Señor, de quien ella es sacramento.
9.1. Catequesis sobre el Espíritu
El discurso de Pedro en el amanecer del día de Pentecostés fue el primer acto de la nueva comunidad de la fe cristiana. Fue la presentación de la Iglesia ante la gente que se había congregado en torno al lugar en que estaban los Apóstoles. Y fue el primer acto catequístico de los seguidores de Jesús. Por eso ha sido siempre mirado como referencia de una catequesis vital, eficaz, evangélica.
El libro de los Hechos termina el relato diciendo con gozo lo que fue la aceptación del mensaje."Los que aceptaron con agrado la invitación se bautizaron y aquel día se unieron alrededor de 3.000 personas. Y perseveraban en la enseñanza de los Apóstoles, en unión fraterna, en la fracción del pan y en la oración de todos juntos." (Hech. 2.41-42)
9.2. Fiesta de Pentecostés
El día de Pentecostés comenzó de algún modo la marcha de la Iglesia por todo el mundo. Por eso la Comunidad de los seguidores de Jesús consideró el gran acontecimiento de Pentecostés como el nacimiento de la Iglesia peregrinante por el mundo.
La Iglesia celebra ese recuerdo como el gran día en que ella comenzó a vivir en el mundo. Con su venida, inició su camino evangelizador. Por eso renueva su recuerdo todos los años a los cincuenta días de la Pascua con singular solemnidad.
Jesús había reunido a sus Apóstoles y Discípulos en comunidad. Pero no estaban firmes, como lo demostraron en el momento de la dispersión: "Heriré al Pastor y se dispersarán las ovejas" (Mt 26. 31).
Pero luego vino la resurrección y la alegría del Espíritu se apoderó de ellos. Y permanecieron a la espera de que se cumplieran las promesas del Señor.
Mientras esperaban, rezaban y compartían recuerdos, meditaban en las profecías cumplidas, se llenaban de gozo por haber sido los elegidos del Señor. Tenían la indicación de Jesús de que debían aguardar el cumplimiento de sus promesas y oraban sin cesar ante la inminencia de que Alguien iba a venir.
Su esperanza se vio cumplida a los cincuenta días (pentecostés). Ese día comenzó una nueva vida para los creyentes en Jesús, pues una luz impresionante se apoderó de su mente y de su corazón.
"El Espíritu Santo los inundó a todos y comenzaron a hablar inmediatamente en diversos idiomas... según a cada uno le inspiraba el Espíritu... Pedro tomó la palabra y les dijo en nombre propio y de los once compañeros: Judíos y habitantes todos de Jerusalén. Prestad oídos a mis palabras... Se está cumpliendo lo anunciado por el Profeta Joel cuando dijo: "En los últimos días concederé mi Espíritu a todo mortal..."(Hech. 2. 1-21) |
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10. El Espíritu sigue actuando
El Espíritu Santo vive y actúa en la Iglesia. Su fuerza es la que sostiene a los miembros de la Comunidad de Jesús a lo largo de los siglos. Ha actuado en el pasado y sigue presente en los tiempos presentes.
El mismo Señor ha prometido permanecer presente para siempre.
A veces nos interesa ver cómo Dios ha cuidado de su Iglesia a lo largo de los siglos, para apoyar en la experiencia histórica la confianza bíblica en el porvenir.
Desde la venida del Espíritu Santo a la Iglesia de Jesús, nosotros le recibimos siempre en nuestro Bautismo y renovamos su presencia y su acción cada vez que nos disponemos, sobre todo por los sacramentos, a incrementar nuestra fidelidad.
El Espíritu sigue actuando en todos los que creemos en Cristo. Ese recibir al Espíritu Santo quiere decir que nos incorporamos al plan de Dios. Al ser redimidos por Jesús y al ser perdonado nuestro pecado original, quedamos incorporados a la Iglesia y, por lo tanto, al Pueblo de Dios, al Cuerpo Místico, a la Comunidad de Jesús.
No es una comparación sin más. Es una realidad misteriosa y divina que no podemos nunca comprender del todo. El sacramento del Bautismo, que es la puerta de la Iglesia, nos hace hijos de Dios y por lo tanto herederos del Cielo.
Esto no sería posible, si no tuviéramos al Espíritu Santo con nosotros.
10.1. Presencia en la comunidad
En el concilio Vaticano II la Iglesia decía: "Consumada la obra que el Padre había encomendado realizar al Hijo sobre la tierra, fue enviado el Espíritu Santo el día de Pentecostés, a fin de santificar indefinidamente a la Iglesia y para que los fieles tuvieran de este modo acceso al Padre, por medio del Espíritu Santo.
El es Espíritu de vida y fuente de agua que salta hasta la eternidad, por quien el Padre santifica a los hombres, muertos por el pecado. (Vat. II. Lumen Gent. 4)
Son muchas las ocasiones, ordinariamente imperceptibles, en las que Dios actúa en el corazón y en la mente de quienes ponen su confianza en El. La presencia divina es fuente de paz y de energía espirituales.
Algunas de estas muestras podrían ser:
- La valentía de los misioneros, quienes reflejan una segura acción del Espíritu que alienta los esfuerzos y mueve a poner la vida al servicio de la verdad.
- La fortaleza de los mártires que es una muestra de la acción de Dios prodigada en todos los tiempos y lugares.
- La sabiduría de los doctores y de los educadores, la cual refleja también la infinita sabiduría divina que se hace presente en la obras de sus servidores.
- Especial presencia tiene el Espíritu Santo en ocasiones solemnes en que la Iglesia se entrega a su función de Maestra y de anunciadora del mensaje de Jesús: Concilios, Magisterio pontificio, tareas episcopales, sobre todo.
A veces nos conviene recordar hechos en los que la misma Iglesia ha definido y declarado su conciencia de estar especialmente asistida por el Espíritu divino.
10.2. Ejemplos de presencia
Algunos ejemplos de especial trascendencia pueden ser:
- La infalibilidad que asiste al Papa y a los Concilios, cuando hablan en nombre del Señor. Entonces el Espíritu Santo les protege contra el error y no pueden equivocarse en todo lo que se refiere a cosas de fe y de costumbres cristianas.
- La ayuda interior que presta a los Pastores de la Iglesia, sobre todo al Papa y a los Obispos, cuando trabajan por el bien de los fieles y para conseguir que el mensaje de Jesús se extiende por el mundo.
- En los Documentos del Magisterio, es decir en los mensajes que el Papa envía algunas veces a los cristianos, la acción del Espíritu Santo se halla universalmente reconocida. Los más frecuentes son las Encíclicas y Exhortaciones apostólicas, que recogen consignas para la vida en conformidad con el mensaje de Jesús.
- La fortaleza en períodos de singular persecución y la supervivencia de los cristianos sólo se puede entender en referencia a una energía divina que nunca faltará, según la promesa del Señor: "Las puertas o poderes del infierno nunca prevalecerán sobre ella" (Mt 16.18-20
10.3. La acción en la Historia
La Historia de la Iglesia, a lo largo de 2.000 años, es una muestra casi palpable de que Dios está con ella, a pesar de las limitaciones de sus hijos y en medio de las dificultades que ha tenido que superar.
La Iglesia tuvo que enfrentarse con dificultades diversas en todos los tiempos.
* Unas fueron exteriores tales, como persecuciones al estilo de las que tuvieron que padecer los primeros cristianos. Si fue capaz de salir airosa de tantos martirios y destrucciones, se debió a la presencia del Espíritu Santo que estaba con ella.
* Otras fueron interiores, como cuando algunos miembro tuvieron tentaciones de poder, de poseer riquezas, de imponer formas de vida que no respondían al ideal del Evangelio con sus consignas de pobreza, de servicio y de renuncia. Si la Iglesia fue capaz de purificarse de tales deseos, fue porque con ella estaba el Espíritu.
* La Iglesia tuvo también dificultades ideológicas y doctrinales, como herejías, cismas, disensiones, envidias, discordias. Si pudo superarlas todas, fue porque con ella vivía el Espíritu Santo.
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10.4. Acción en todas partes
Muchas de las dificultades exteriores e interiores de la Iglesia han nacido de la misma manera de adaptarse los cristianos a las diversas culturas.
A veces han nacido de influencias de grupos o de autoridades que buscaban sus intereses o tenían deseos de mandar sobre los cristianos. Y en ocasiones fueron las mismas pasiones de los cristianos que, hombres como los demás, dejaron que el mundo se impusiera en sus criterios o en sus sentimientos.
Ante el riesgo de olvidar o adulterar el mensaje de Jesús, que era para la Iglesia su razón de ser, el Espíritu Santo la inspiró muchas veces el camino para superar el peligro y orientarse de nuevo hacia lo que era la voluntad de Dios.
Si la Iglesia fue capaz de asimilar todos los profundos cambios históricos, se debió a que con ella estuvo siempre el Espíritu Santo inspirando su pensamiento, sus sentimientos y su actuación. Si no hubiera tenido en sí la gracia, la fuerza y la luz del Espíritu Santo, no hubiera logrado sobrevivir ante las dificultades. Pero con ella siempre caminó Dios. Tenía la seguridad de avanzar a lo largo de los siglos y cumplir ante los hombres la misión que Jesús le había confiado.
10.5. Actúa en cada creyente
En la catequesis sobre el Espíritu Santo es fácil quedarse en sentimientos ambiguos y teológicos. Pero es conveniente resaltar la dimensión práctica y personalizadora que debe tener, sobre todo cuando se dirige a personas con relativa madurez que se sienten desafiadas por sus demandas espirituales.
Es bueno recordar a esas personas las grandes demandas del Espíritu en las almas generosas:
- Actúa en cada mente generosa ofreciendo su luz cuando hay que discernir en las cosas de Dios. Es El quien ofrece a la conciencia en momentos especialmente difíciles. Cuando se deben tomar determinaciones que afectan a la fe y a la vida, sobre todo si afecta a compromisos definitivo (matrimonio, vocación religiosa, compromisos profundos de fe, el Espíritu Santo da la energía que es precisa para ver con claridad.
- Ayuda en la práctica de la virtud y en la de la fe. Los movimientos interiores que llamamos "inspiraciones" o iluminaciones de Dios en la práctica de la virtud, tienen que ver con la acción amorosa del Espíritu Santo en la vida.
- La acción del Espíritu Santo existe cuando discernimos la mejor forma de ayudar al prójimo, de anunciar a Jesús, de dar testimonio de vida cristiana, etc.
El Espíritu Santo vive en nosotros cuando deseamos vivir conforme a los planes de Dios. Respeta la libertad de los creyentes, pero responde con eficacia y prontitud a los ruegos de los humildes.
No es un desconocido para los que aman a Dios. Es un amigo cercano. Es un misterioso protector que nunca está lejos cuando se necesita su ayuda. Es Alguien que resulta familiar, aunque no se pueda entender y explicar su presencia y su actuación. |
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